Lunes, 10 de abril de 2017

 

DOCTRINA SOCIAL CATÓLICA: Solidaridad global

“[La solidaridad] no es un sentimiento superficial por los males de tantas personas, cercanas y lejanas. Al contrario, es la determinación firme y perseverante de empeñarse por el bien común; es decir, por el bien de todos y cada uno, para que todos seamos verdaderamente responsables de todos.”

—San Juan Pablo II, Sollicitudo rei Socialis, #38 (Sobre la preocupación social)

Cuando pensamos en los pobres, debemos incluir a nosotros mismos. Cada uno tenemos nuestros desafíos ocultos, nuestras batallas secretas, nuestros puntos ciegos y nuestras inseguridades. Estos pueden ser de naturaleza financiera, emocional o interpersonal. Cualquiera de estos problemas puede hacernos—o a nuestro prójimo—pobres. ¿Cómo podemos reconciliar nuestra propia pobreza interior con nuestro deseo de ayudar a nuestros hermanos y hermanas en la pobreza material? Comenzamos por reconocer que los seres humanos no son tan diferentes unos de otros, y que todos tenemos dones para contribuir.

¡Qué fácil es etiquetar a otra persona como pobre, o diferentes a nosotros, o parte de un grupo—“aquellas personas”! ¡Que fácil es suponer que yo—con todo mi conocimiento y experiencia y capacitación—tengo todas las respuetas, la codiciada solución que salvará a los necesitados.  ¡Qué fácil es imponer mis propias ideas, mis planes, mi propia voluntad a los problemas de los demás! ¿Pero soy capaz de escuchar? ¿Soy capaz de ser de apoyo y permitir a los que me rodean la oportunidad de tener éxito?

La solidaridad global nunca reprime las voces: las voces de nuestros hermanos y hermanas, la voz dentro de nosotros mismos, la voz de Dios.