Martes, 22 de marzo

DECIMOTERCERA ESTACIÓN: Jesús es bajado de la cruz

“Después tomó pan y, dando gracias, lo partió y se los dio diciendo, ‘Esto es mi cuerpo, que será entregado por ustedes; hagan esto en memoria mía.’” (Lucas, 22,19)

Al contemplar el cuerpo destrozado de Jesús, recordamos su plena humanidad. Tenía un cuerpo, al igual que nosotros, que necesitaba sustento y ejercicio, que podría ser golpeado y maltratado, y a través del cual experimentó el mundo a su alrededor. Esta es una experiencia común de la humanidad—del cuerpo—y nos recuerda de nuestra dignidad común como creaciones únicas de Dios. Nos recuerda de nuestro llamado a la solidaridad porque, a partir de nuestra propia experiencia corporal de la creación, podemos entender y apreciar la de otro, no importa dónde—o cuándo—él o ella pueda vivir.

A través de su ejemplo, Jesús nos reta a examinar las verdaderas necesidades corporales de los que nos rodean, esos “prójimos” que pasamos por las calles y en centros comerciales concurridos.

Se nos recuerda de la Eucaristía, la Comunión a través de la cual nosotros, la Iglesia, compartimos en el cuerpo y la sangre de Cristo, y en otra experiencia común con nuestros hermanos y hermanas sin importar dónde viven. Estamos llamados a encontrar un Dios que se despojó de sí mismo para convertirse en hombre, y que nos llama a hacer lo mismo. Al experimentar la Eucaristía, se nos da la oportunidad de poner nuestras necesidades a un lado y reemplazarlas con las de otros—con las necesidades de nuestro prójimo—así como Dios lo hizo, nosotros también nos despojamos de lo que significa ser “yo” para comprender mejor lo que significa ser alguien más.