Martes, 8 de marzo

OCTAVA ESTACIÓN: Jesús consuela a las mujeres de Jerusalén

“Jesús, volviéndose hacia ellas, les dijo, ‘Hijas de Jerusalén, no lloren por mí. Lloren más bien por ustedes mismas y por sus hijos…’” (Lucas 23,28)

A lo largo de los Evangelios, vemos a Jesús profundamente involucrado con las preocupaciones de las personas individuales. No se limita a ir a los líderes políticos o religiosos para aprender acerca de lo que las personas piensan; sino que va directamente a la fuente, con las personas mismas. Y aquí, incluso al final de su misión en la Tierra, vemos a Jesús atento a las necesidades de personas concretas, compartiendo sus penas y alegrías con ellos, y escuchando las suyas.

Nosotros, también, debemos recordar actuar de esta manera. Seguramente, podemos evocar imágenes de individuos y comunidades de tierras aparentemente distantes y situaciones desconocidas: vidas vividas en Ruanda, Colombia, Honduras y más. ¿Realmente somos los expertos, calificados para instruir a estas comunidades sobre cómo vivir sus vidas, enfrentar sus problemas? ¡Qué difícil es entender sus alegrías y sufrimientos diarios! Y, sin embargo, a medida que participamos en la solidaridad global y llegamos a los más pobres y vulnerables, debemos tratar de comprender—escuchando.

La doctrina social católica nos llama a participar en la subsidiariedad, que significa empoderar a las personas y comunidades que están más cerca de los problemas para trabajar en conjunto en el desarrollo de una solución. Que fácil es proponer soluciones a los problemas de los demás; cuánto más difícil es entrar en un diálogo constructivo por el bien de todos.